Desde que nacen nuestros hijos, tal vez desde antes, desde que nos dicen que vamos a ser padres, nuestro mayor miedo es ser buenos padres.

Cada quien tiene su propio concepto de que es ser buen padre. Algunos tienen como propósito que sus hijos sean inteligentes, buenos en la escuela, que tengan muchos amigos, que les gusten los deportes, que sean honestos y responsables o que sean respetuosos en sus relaciones.

No podemos medir que significa ser un buen padre, todavía no conocemos a alguien que tenga un hijo y se proponga ser mal padre. Todos luchamos desde nuestra trinchera que a nuestros hijos no les falte nada, que coman y duerman bien, que tengan ropa, educación, algunos juguetes y que se sientan seguros.

Sin embargo, también es muy fácil juzgar desde afuera quien es buen o mal padre, sin conocer el contexto o las circunstancias. ¿Son mejores padres los que se quedan en casa o los que trabajan? ¿Y los que dejan a los niños con los abuelos, tíos o cuidadores no son buenos padres? ¿Qué pasa con los que salen de viaje continuamente, o con los que no pueden asistir a cuanta ceremonia se le ocurra a la escuela esta semana? ¿Son menos buenos?

Finalmente no podemos decir si son buenos o malos, pero podemos afirmar que los padres hacen (hacemos) lo mejor que podemos todos los días, unos están mas presentes y otros dan mas regalos, pero mientras la relación que tengamos con nuestros hijos sea abierta, honesta, que estén seguros del amor que se les tiene, que sean felices, que los puedan mirar sin miedo y que sean cercanos a ellos, podemos estar seguros que si somos buenos padres.

Déjate de juzgar tan duramente, porque tus hijos no lo hacen, para ellos eres el mejor padre del mundo.

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